El Sol abrigaba la fría mañana, eran apenas las cinco.
George se disponía a empezar su día con un baño de agua caliente y vestirse con su traje deslumbrante de todos los días. Afeitó su barba y se roció con su mejor perfume.
A pesar de que el negro bajo sus ojos era imposible de ocultar, su sonrisa frente al espejo haría que nadie preguntase sobre su llanto de toda la noche. Después de todo, llevaba ya varios meses ocultando su dolor a la perfección.
Al llegar a su trabajo, saludó a todos sus compañeros y pasó irradiando la alegría de siempre por cada rincón donde pasaba. Su jefe lo felicitó por su eficacia en el trabajo que desempeñaba y su familia y amigos estaban muy contentos y orgullosos con él.
Finalmente, se hizo de noche y llegó la hora de regresar a casa. Al cruzar la puerta y dejar sus zapatos en la entrada, sintió el olor de las rosas del jardín y recordó a su esposa, ella era la única en su familia que ni siquiera preguntaba su nombre; ella, quien lo había dejado hacía ya varios años.
Con ella llevó a Darlene, su pequeña y única hija, cuando ella decidió divorciarse de su esposo y buscar al verdadero amor de su vida y ser feliz. Mientras George, en muchas partes de la casa, aún guardaba algunos juguetes y detalles que sin querer dejaron al partir.
Cada noche se cuestionaba a sí mismo sobre lo que había hecho y seguía haciendo durante su vida. Cargaba con el dolor de no saber escoger entre el lujo y la necesidad; entre el amor y la comodidad; entre la rutina y la costumbre; entre el amar y el placer; entre querer y el simplemente hacer; entre el ser feliz y solamente ser; entre vivir y solo respirar. Y así pasaba las noches: llorando, quejando, golpeando su propio ego, escuchando a su conciencia, extrañando su pasado y viviendo el sueño de alguien más.
Porque al día siguiente, el Sol volvía a abrigar la fría mañana y él se volvería a vestir del hombre detrás de sus sombras.
Muy original, reflexivo. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarLo volví a leer. Y me volvió a gustar
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