La educación, ¿un arte o una obligación del siglo XXI?

“Sin duda alguna, la calidad del profesorado es el elemento diferenciador fundamental. No solo, por cierto, de la educación, pero diría yo que, probablemente, el mayor diferenciador único de éxito para las naciones del siglo 21”.
- David Puttnam.
La educación es un arma fundamental para el desarrollo de las sociedades. Un grupo de personas que estén altamente capacitados para responder ante diferentes situaciones laborales, es un grupo de personas con ventaja y que puede cambiar al mundo. Pero en la sociedad actual, hacen falta maestros y estudiantes con vocación.

¿Qué significa ser estudiantes y maestros con vocación? Significa amar ante todo, el conocimiento; más que enseñar, amar aprender y estar a la vanguardia de todos los cambios que surgen. Conocer la historia, interpretarla, contarla, sentirla, amarla. No solo las historias se cuentan, también los números. No solo las leyes se estudian, también las teorías, los fundamentos y las emociones.

Hoy en día, hacen falta estudiantes en los salones de clases y rebalsan los vendedores informales en los mercados. Hacen falta personas con capacidad de enseñar y sobra gente quejándose por la falta de empleo. Sobran salvadoreños añorando vivir en los Estados Unidos, pero faltan los que tengan ganas de quedarse y ser el cambio del país, de ser los que día a día generen nuevas y mejores oportunidades para todos.

Dice Aristóteles en uno de sus fundamentos que “el hombre por naturaleza desea saber” y tiene toda la razón. Desde que nacemos venimos con esa cualidad nata de querer conocer, de buscarle función a todo, siempre buscamos un por qué. A medida vamos creciendo vamos aspirando a lo que ya está hecho, a lo más fácil, a lo que nos haga vivir “cómodos y felices”. Y esto, depende en gran medida de la educación que se recibe en los salones de clases.

Un maestro con vocación ayuda a aspirar, transcender, crear, innovar, diferenciar y dudar. Cómo podemos sobrevivir con éxito a una sociedad con estudiantes que se quedan solo con la teoría y maestros que solo dictan y copian tareas.

Sé y conozco que hay maestros que enseñan desde el fondo de su corazón y alumnos que sueñan con cambiar el mundo y lo hacen, pero el porcentaje es mínimo comparado a los estudiantes que huyen del país por miedo a que los maten, los torturen o los exploten con el salario mínimo.

Vivimos en la tierra de Alfredo Espino y Monseñor Romero. En el mundo de las pupusas y el jocote en miel. Si eso es nuestra cultura, ¿por qué no hacer de la educación salvadoreña algo por lo que la gente quiera conocer El Salvador?

Necesitamos niños, jóvenes, adultos y ancianos con el deseo y el coraje de cambiar a El Salvador. Gente que se atreva a darlo todo por cambiar la realidad histórica que nos aqueja. Necesitamos paisanos que no le teman a la lluvia, que salgan de su zona de confort y no piensen en tener que ir a la escuela o a trabajar como una obligación y por el contrario digan “hoy quiero prepararme más y ser mejor”. Sobra la gente que hace las cosas porque sí. Necesitamos soñadores, pero sobre todo, estudiantes y maestros con vocación.

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